Una escena aparentemente irreal que recuerda a una cordillera bañada por la luz de las estrellas y envuelta en nubes etéreas es en realidad una espectacular exhibición del nacimiento de estrellas, capturada por el ojo agudo del Telescopio Espacial James Webb. Este magnífico paisaje cósmico no es un santuario tranquilo, sino un entorno dinámico y turbulento en el que se desarrolla una batalla incesante entre la creación y la destrucción. Las vastas nubes de gas y polvo, que forman una especie de montañas y pilares cósmicos, están bajo el constante bombardeo de la intensa radiación y los vientos estelares que emiten las estrellas masivas recién nacidas en su vecindad inmediata. Esta vista nos proporciona una rara visión de los procesos que dan forma a las galaxias y crean mundos.
En el centro de este drama cósmico se encuentra un joven cúmulo estelar conocido con la designación de Pismis 24. Situado en el corazón de la cercana nebulosa de la Langosta (NGC 6357), a una distancia de aproximadamente 5500 años luz de la Tierra, este cúmulo representa una de las maternidades de estrellas masivas más cercanas y activas. Su ubicación en la constelación de Escorpio lo convierte en un objeto clave para los astrónomos que estudian la evolución de las estrellas más masivas y luminosas de nuestra galaxia.
Joyas cósmicas en el corazón de Escorpio
La nebulosa de la Langosta, catalogada oficialmente como NGC 6357, es un vasto complejo de gas y polvo interestelar que se extiende a lo largo de cientos de años luz. Debido a sus intrincadas formas, algunos observadores también la han apodado la nebulosa de la "Guerra y la Paz". Dentro de esta extensa región cósmica, Pismis 24 actúa como un diamante resplandeciente, hogar de algunas de las estrellas más extremas que conocemos. Este cúmulo estelar debe su nombre a la astrónoma armenio-mexicana Paris Pişmiş, quien lo catalogó a mediados del siglo XX, dejando una huella imborrable en la investigación de las poblaciones estelares de nuestra galaxia. La observación de esta región permite a los científicos poner a prueba sus teorías sobre la formación estelar en condiciones que son significativamente diferentes a las de nuestro Sistema Solar. Aquí, las estrellas no nacen de forma aislada, sino en un entorno denso y caótico que afecta profundamente a su desarrollo.
Gigantes del universo: El enigma de la estrella Pismis 24-1
En el mismo corazón de este brillante cúmulo domina la estrella Pismis 24-1. En la imagen de Webb, destaca como el punto más brillante por encima de los picos anaranjados y dentados, hacia el cual también se dirige el pilar más alto de gas y polvo. Durante mucho tiempo, se creyó que Pismis 24-1 era una única estrella monolítica, cuya masa estimada de casi 300 masas solares desafiaba las teorías existentes sobre los límites del tamaño de las estrellas. Tal gigante no debería existir según las leyes de la física, ya que su propia radiación debería desgarrarlo. Sin embargo, observaciones más detalladas con otros telescopios, como el Telescopio Espacial Hubble, resolvieron este enigma. Resultó que Pismis 24-1 no es una sola estrella, sino un sistema múltiple que consta de al menos tres componentes. Las dos estrellas más masivas de ese sistema, aunque la cámara de Webb no puede resolverlas como separadas, tienen masas individuales de unas impresionantes 74 y 66 veces la masa de nuestro Sol. Incluso como componentes separados, siguen estando entre las estrellas conocidas más masivas y luminosas, auténticos titanes cósmicos que viven rápido y mueren de forma espectacular.
La mirada infrarroja de Webb a través del polvo cósmico
Esta imagen increíblemente detallada fue capturada con la Cámara de Infrarrojo Cercano (NIRCam) de Webb. Precisamente la capacidad de observar en el espectro infrarrojo es la clave del éxito de Webb. A saber, las maternidades estelares como la nebulosa de la Langosta están llenas de polvo denso que es opaco a la luz visible, ocultando a las estrellas jóvenes de nuestra vista. La radiación infrarroja, por otro lado, penetra a través de estos velos de polvo, permitiendo que el telescopio se asome directamente al corazón de la acción. Gracias a esto, la imagen revela miles de estrellas de diferentes tamaños, colores y edades. Las estrellas más grandes y brillantes, caracterizadas por los reconocibles picos de difracción de seis puntas —un artefacto óptico de los espejos hexagonales de Webb—, son también los miembros más masivos del cúmulo. Cientos, e incluso miles, de miembros más pequeños están esparcidos por la imagen como puntos blancos, amarillos y rojos, y su color depende de su temperatura y de la cantidad de polvo que los rodea. Al fondo se vislumbran decenas de miles de estrellas que pertenecen a la Vía Láctea, dando a la imagen una profundidad increíble.
Sinfonía de creación y destrucción
El paisaje que vemos es el resultado de la interacción incesante entre fuerzas extremas. Las estrellas jóvenes supercalientes, cuya temperatura superficial puede ser hasta ocho veces mayor que la del Sol, emiten enormes cantidades de radiación ultravioleta y liberan potentes vientos estelares. Esta energía actúa como un cincel cósmico, esculpiendo y erosionando la nube de gas y polvo circundante de la que ellas mismas se formaron. De esta manera, crean una enorme cavidad, cuyo borde es visible en la parte inferior y en la esquina superior derecha de la imagen. De los bordes de esta cavidad fluyen chorros de gas caliente e ionizado, mientras que etéreos velos de polvo, iluminados por la luz estelar, flotan alrededor de los magníficos pilares. Estos pilares, que se proyectan desafiantes hacia el vacío, son partes más densas de la nube que resisten la erosión. Como dedos, apuntan hacia las estrellas que los formaron. Pero las mismas fuerzas que los destruyen también impulsan un nuevo nacimiento. La presión de la radiación y los vientos comprime el gas y el polvo en las puntas de estos pilares, iniciando el colapso gravitacional y la creación de una nueva generación de estrellas en su interior. El pilar más alto que se extiende desde la parte inferior de la imagen casi hasta Pismis 24-1 tiene aproximadamente 5,4 años luz de largo. Solo su punta, de 0,14 años luz de ancho, es lo suficientemente espaciosa como para albergar más de 200 de nuestros sistemas solares.
Decodificando los colores celestiales
Los colores en esta imagen no son solo una elección estética, sino que portan información científica clave. Cada tono representa diferentes elementos químicos y condiciones físicas. El color cian (azul-verde) indica gas de hidrógeno caliente e ionizado que ha sido calentado por la radiación de estrellas jóvenes masivas. El color naranja representa moléculas de polvo, similares al hollín o al humo en la Tierra, que son los materiales de construcción clave para futuras estrellas y planetas. El color rojo señala la presencia de hidrógeno molecular más frío y denso, el combustible principal para la formación de estrellas. Cuanto más oscuro es el tono de rojo, más denso es el gas. Las áreas completamente negras representan las bolsas de gas más densas, tan densas que ni siquiera la mirada infrarroja de Webb puede penetrar a través de ellas. Finalmente, los delicados y blanquecinos filamentos representan gas y polvo que dispersan la luz de las estrellas cercanas, creando la impresión de una niebla cósmica.
Hora de creación: 9 horas antes